No veo las noticias, para no estar demasiado desinformado ni irme a la cama un poco más deprimido. Tampoco las escucho: me irrita especialmente la mezcla de alarmismo y animosa papilla de autoayuda. Un periódico al día, si se sabe leer (la información en papel, como no podía ser de otra manera, también está altamente contaminada), me basta para estar al tanto de cómo sigue la situación y recibir una dosis de aire fresco (al salir a comprarlo).
Siempre hay quien obtiene beneficios políticos o económicos de la confusión. En las peores guerras, florecen los vendedores de humo y los cínicos sin escrúpulos. Ventajistas, egocéntricos y sinvergüenzas son tan perjudiciales como el propio coronavirus. En un clima de confusión, la enfermedad será más difícil de combatir y la crisis económica se hará más profunda. Ahora más que nunca, conviene que la verdad salga a flote, que las imprecisiones y los engaños sean barridos. Ahora más que nunca conviene remar a favor del rigor informativo y de la pedagogía científica.
En este momento de desgracia y males tar, la verdad tiene función terapéutica.
Són fragments, val la pena llegir-los complets.
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