La vi por primera vez en la cola del aeropuerto. Estaba justo delante de mí. Me gusta imaginar, inventar, vidas ajenas, aunque en este caso se trataba sólo de adivinar quién podría venir a Binissaida. Y pensé que podía ser su caso. Luego me confesó que había pensado lo mismo de mí. Es curioso porque yo nunca habría imaginado eso si hubiera visto a alguien como yo.
Después nos presentamos y fuimos juntos, también con X, en el taxi que nos trajo a la casa desde el aeropuerto. Nos dijo que era periodista y que trabajaba en un museo. Observo alguna prevención hacia los periodistas, ya que con frecuencia son demasiado abiertos, audaces, inquisitivos, orgullosos en su osadía. Sin embargo, con I en seguida me sentí cómodo. Nos instalamos en la casa y fuimos los tres a la playa. Frente al mar, que en Les Olles perdía casi su condición encerrado en un cuenco de roca volcánica, y más tarde comiendo, nos fuimos contando pedazos de nuestras vidas. Éramos tres extraños que de pronto nos confesábamos hechos y sentimientos muy personales. Es curioso que esto ocurra.
I -esto no es ningún secreto- ama el mar y la isla. En el agua vi su cara de felicidad. Incluso se le transformó el semblante, se le agudizaron las facciones. Después, con la atención extrema de quien quiere escribir, la fui observando con más detalle.
Creo que, ante todo, I transmite calma. Su voz suave, con un acento muy especial que acaricia y alarga las palabras, le ayuda a ello. Aunque no puede abstraerse del carácter inquisitivo de su profesión, formula sus preguntas demoledoras con un tono de proximidad e ingenuidad. No es difícil empatizar con ella. Olvida los nombres pero mima a las personas con sus palabras amables. Ríe a menudo, con una sonrisa franca y rotunda como una tajada de sandía. Y come, I tiene hambre y come.
Resulta paradójico que en una sociedad profundamente hedonista como la nuestra tener hambre y comer en consecuencia esté casi mal visto. La gastronomía se eleva a los altares del arte pero parece que hay que comer poco y con una cierta displicencia. Yo no soy de esos y siempre me hace feliz encontrar a quien me acompañe en el comer sin complejos.
I, su risa, sus diademas, sus ganas de comer, sus preguntas, su vitalidad, sus brazadas en el mar, su Menorca quedarán para siempre como imagen de esos días
Después nos presentamos y fuimos juntos, también con X, en el taxi que nos trajo a la casa desde el aeropuerto. Nos dijo que era periodista y que trabajaba en un museo. Observo alguna prevención hacia los periodistas, ya que con frecuencia son demasiado abiertos, audaces, inquisitivos, orgullosos en su osadía. Sin embargo, con I en seguida me sentí cómodo. Nos instalamos en la casa y fuimos los tres a la playa. Frente al mar, que en Les Olles perdía casi su condición encerrado en un cuenco de roca volcánica, y más tarde comiendo, nos fuimos contando pedazos de nuestras vidas. Éramos tres extraños que de pronto nos confesábamos hechos y sentimientos muy personales. Es curioso que esto ocurra.
I -esto no es ningún secreto- ama el mar y la isla. En el agua vi su cara de felicidad. Incluso se le transformó el semblante, se le agudizaron las facciones. Después, con la atención extrema de quien quiere escribir, la fui observando con más detalle.
Creo que, ante todo, I transmite calma. Su voz suave, con un acento muy especial que acaricia y alarga las palabras, le ayuda a ello. Aunque no puede abstraerse del carácter inquisitivo de su profesión, formula sus preguntas demoledoras con un tono de proximidad e ingenuidad. No es difícil empatizar con ella. Olvida los nombres pero mima a las personas con sus palabras amables. Ríe a menudo, con una sonrisa franca y rotunda como una tajada de sandía. Y come, I tiene hambre y come.
Resulta paradójico que en una sociedad profundamente hedonista como la nuestra tener hambre y comer en consecuencia esté casi mal visto. La gastronomía se eleva a los altares del arte pero parece que hay que comer poco y con una cierta displicencia. Yo no soy de esos y siempre me hace feliz encontrar a quien me acompañe en el comer sin complejos.
I, su risa, sus diademas, sus ganas de comer, sus preguntas, su vitalidad, sus brazadas en el mar, su Menorca quedarán para siempre como imagen de esos días
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