D'Eloy Sánchez Rosillo, Razón de ser (Autorretratos, 1989):
Si miras hacia atrás, ves que tu vida ha sido,
sobre todo, este anhelo, un papel y una pluma;
el cuarto en el que escribes a solas unos versos
que hablan de ti y, al tiempo, manifestar desean
el misterio del mundo.
Te han cambiado los años.
Y fuiste despojándote lentamente de muchas,
de muchísimas cosas que fueron importantes
para ti en su momento. El viento va arrastrando
sin cesar hojas secas. Y apenas te pareces
a aquel que en las distintas etapas del camino
has ido siendo.
Mas, a pesar de los cambios,
En tu pecho aún alienta el afán que mantuvo
bien trabada, immutable, la identidad profunda
de tu ser sucesivo. Y sigues escribiendo.
Y, al escribir, pretendes, con legítimo orgullo
y humildad y obediencia, servir a la poesía
y cumplir tu destino.
Así, vas levantando
poco a poco una obra que, si el cielo lo quiere,
no ha de morir contigo. En ella, tu existencia
halla razón de ser. Tú no estarás un día,
pero, a través del tiempo, vivirán tus palabras.
Y darán los hombres testimonio de ti.
Azorín, en un capítol del llibre Antonio Azorín (1913) descriu una escena, succeïda a Alacant, en la qual un home s'atura al carrer per saludar Antonio Azorín (que és el mateix autor sense acabar de ser-ho; això de l'autoficció no és creació de fa dos dies). Arran d'això, escriu:
Este hombre que se ha acercado a mí es un admirador mío. Yo no le conozco, pero él ha querido expresarme sus simpatías. Estos sencillos homenajes son la recompensa de los que ejercemos la noble profesión de la pluma. Escribe uno un libro, publica unos treinta artículos, y la crítica habla, los compañeros hacen sus comentarios. Todo esto, ¿qué importa? Todo esto está previso. Pero este pedazo de conversación que oímos al paso y en que suena nuestro nombre, esa carta anónima que nos felicita, ese lector entusiasta -como este Bellver- que estrecha rápidamente nuestra mano con efusión, con sinceridad, y luego se marcha... todo esto, ¡qué grato es y cómo compensa del trabajo rudo y de las tristezas!
Nosotros, como el Hidalgo Manchego, tenemos algo de soñadores; una ilusión nos vivifica. Vivimos pobres; gastamos año tras año nuestras fuerzas sobre los libros; la muerte sorprende nuestros cuerpos fatigados en plena vida; si trasponemos la juventud, nuestra vejez es mísera y achacosa; vemos aupados por las multitudes á hombres fatuos, miesntras nosotros, que damos a la Humanidad lo más preciado, la belleza, permanecemos desamparados... Y un día, en nuestra soledad y en nuestra pobreza, un desconocido se acerca á nosotros y nos estrecha con entusiasmo la mano. Y entonces nos creemos felices y consideramos compensados con este minuto de satisfacción nuestros largos trabajos.
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