En el darrer número (el 93) de la revista literària Clarín, apareix el text La ciudad de la niebla, que vaig escriure en castellà, dedicat a la ciutat de Vic.
Aquí teniu l'inici:
La ciudad de la niebla
Pío Baroja tituló así su novela londinense. Pero la niebla de Londres, victoriana y dickensiana, se disipó con la muerte de Sherlock Holmes y de Jack el destripador. Era una niebla amarillenta e impostora, hija del carbón y del humo, que los ingleses comparaban con sopa de guisantes.
En Vic, la auténtica ciudad de la niebla, emerge también una gran chimenea decimonónica, la de la antigua fábrica de azúcar –el Sucre- pero su actividad cesó hace décadas y la niebla sigue cubriendo la villa con insistencia. El Trivial pursuit tiene muy clara la respuesta cuando pregunta cuál es la ciudad peninsular con más días de niebla al año. Y aquí no se trata de smog amarillo sino de puro fog blanco.
La niebla de Vic nace del frío. Aunque se expande por el calendario igual que por todo el llano que circunda la ciudad, la niebla alcanza su clímax en las jornadas de puro invierno. Los días de mayor densidad nebulosa la ciudad se vuelve blanca y también negra. No crean que este oxímoron responda a una licencia literaria, es la realidad de una auténtica alianza entre el manto blanco y algodonoso de la niebla y la oscuridad más negra de la noche invernal. Son días ésos en los que reina el silencio, un silencio casi níveo que llama al paseo a las almas solitarias, a los hermanos de Nietzsche. La leyenda urbana –en este caso un poco ruralizada- nos habla de personas que en días de densa niebla no han conseguido dar con el camino a su casa. Tal vez sean exageraciones aunque sería bello que fuesen ciertas. Perderse en la propia ciudad: una imagen más que simbólica de la errancia inherente a la condición humana...
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