Em recomanen (de nou l'amic R.) l'escriptor polonès Adam Zagajewski. I començo a llegir-lo per aquesta mena de dietari que és En la belleza ajena (Pre-textos). No és un llibre de lectura i digestió fàcil -més aviat és per prendre'l a petites dosis-, però de seguida apareixen algunes perles. Com quan contraposa la seva figura d'estudiant amb les de la seva dispesera i la servent que l'ajudava:
...esas dos mujeres le eran al mundo más necesarias que yo.¡Ellas eran una mejor inversión para el mundo!, ¡al mundo le compensaba más cuidar de ellas que de un joven estudiante, un cabeza loca! ¿Qué eran mis súbitas revelaciones, mi fascinación por el fuego de la antigua y nueva espiritualidad sino una mecha que ardía ya -débilmente- y que podía, si las circunstancias le fuesen propicias, serpentear hasta la bomba? Y es que yo potencialmente era uno de esos fanáticos que conciben peligrosas utopías, y si no logran ni siquiera iniciarlas, entonces al menos están dispuestos a firmar con los ojos cerrados el manifiesto que llama al mundo a la absoluta perfección, y a considerar que han hecho bien. Esas dos mujeres coléricas no querían ningún cambio radical, y en su modesta porfía, en su poca atractiva guerra por la supervivencia, para que hubiera carbón para el invierno y pastel de semillas de adormidera por Pascua Florida, triunfaba el indefectible instinto de conservación del mundo.
I unes pàgines més enllà, aquesta presa de posició que llegeixo amb un somriure als llavis, imaginant-me protestes severes:
No puedo ser historiador, pero quisiera que la literatura se ocupara consciente y seriamente de la función de escribir la historia, y que para ello se inspirara no en el ejemplo de los historiadores contemporáneos (a menudo tipos insensibles que se pasan la vida en archivos demasiado caldeados y que escriben en una lengua inhumana, fea, como de madera, burocrática, de la que se ha evaporado toda poesía, en una lengua chata como un ciempiés y trivial como el periódico diario), sino que tornara a los ejemplos tempranos, quizá incluso a los griegos, al historiador-poeta, un hombre que o bien vio y experimentó el mismo aquello de lo que escribe, o bien bebió de la viva tradición oral, familiar o tribal, sin avergonzarse del énfasis ni de la emoción, y cuidando al mismo tiempo de la veracidad de su relato.
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