31.1.07

Javier Marías, una altra vegada

Potser perquè els que patim les infaustes conseqüències del soroll i la inoperància de determinats ajuntaments ens sentim agermanats, reprodueixo aquest article de Javier Marías:
Desde mis ventanas

Mientras escribo estas líneas, he aquí la situación: en la plaza vecina, y desde hace unos días, el Ayuntamiento de mi ciudad ha empezado a instalar una especie de carpa de circo metálica, enorme, de descomunal altura y muy fea (para entendernos: digna de Álvarez del Manzano), en la que se meterá, me temo, un megabelén parecido al que ya montaron hace un año y que se cargó la perspectiva de la plaza en cuestión durante mes y medio. Todo el día suenan martillazos, sierras, motores, máquinas y golpes variados en medio de un paisaje de grúas. En el edificio de enfrente, otra cuadrilla procede a levantar un andamiaje que ocupará una manzana entera, supongo que para “rehabilitar” una fachada que se ve muy saludable. Sus golpes y sus martillazos se mezclan con los de la carpa de circo. Estas dos gratuitas agresiones me han expulsado de mi casa porque en ella no hay quien trabaje ni descanse, y me he refugiado en otro piso que tengo a mi disposición, un par de plantas más abajo. Pero dos desaprensivos vecinos o caseros (el 99% de los españoles lo son) han emprendido en los suyos obras que durarán varios meses sin encomendarse a Dios ni al Diablo, es decir, sin pararse a pensar ni un segundo en el perjuicio que causan a los demás. Así que allí también se oye de todo y no hay quien pare. Pensarán ustedes que, disponiendo de dos pisos con diferente orientación, es increíble que deba largarme a un hotel. Pensarán que es un caso de mala suerte, una coincidencia excepcional.Lo grave es que no lo es. Lo grave es que esta es una situación habitual en Madrid y también en España en general. A la hora de hacer ruido –no ya normal, sino ruido insoportable–, aquí a nadie se le ocurre pararse a pensar si puede o debe someter a tortura a sus conciudadanos para satisfacer sus caprichos. Y si digo caprichos es porque el ruido necesario –que también lo hay, a veces– es mínimo en comparación con el superfluo, con el que nos podríamos todos ahorrar. Para mí es asombroso que los Ministros de Sanidad, y sobre todo la actual, Salgado, persigan fanáticamente el tabaco y no digan una palabra sobre el daño quizá mayor, y desde luego mucho más inmediato e impositivo, que produce el ruido. (Uno puede irse de donde hay humo, pero no de donde haya ruido.) Su pasividad a este respecto es, de hecho, la prueba fehaciente de que en sus campañas contra los cigarrillos hay demagogia más que nada, y de que la salud de los ciudadanos les trae en el fondo completamente sin cuidado.El ruido impide la vida, excepto para los que lo adoran y no pueden estarse sin él, entre los cuales se cuentan el Gobierno, las Comunidades Autónomas y casi todos los Ayuntamientos del país. El ruido saca a la gente de sus casillas, y estoy convencido de que se mataría a menos mujeres y se cometerían en general menos crímenes si España fuera algo más silenciosa, porque el ruido es una de las cosas que más ponen fuera de uno y más llevan a perder el control. Las pocas ocasiones en que he estado a punto de agredir a alguien han sido por no haber podido descansar o dormir debido al ruido y tener los nervios a flor de piel, o en creciente irritación. ¿Por qué casi nadie tiene eso en cuenta? ¿Por qué la gente española chilla lo mismo a las cuatro de la madrugada que a las de la tarde? ¿Por qué nuestras ciudades están llenas de tiendas –de ropa, frecuentemente– que, con las puertas siempre abiertas, emiten hacia la calle un continuo sonido de discoteca? ¿Por qué hay tantísimo tarado que viaja con el mismo sonido en su coche y con las ventanillas de par en par? ¿Por qué no hay fiesta o jolgorio que no consista en colocar altavoces en la vía pública de los que salga inframúsica a todo meter? ¿Por qué no se concibe la diversión sin armar una bulla que deba tragarse el resto de la población? ¿Por qué las sirenas de ambulancias, policía y bomberos suenan a una intensidad exagerada (los vehículos que deben apartarse a su paso las oirían igual a muchos menos decibelios)? ¿Por qué está el país plagado de semáforos chillones, por si acaso pasa algún ciego (no sería difícil que hubiera un botón y que lo activaran los ciegos cuando lo necesitaran)? ¿Por qué se acometen sin cesar obras no sólo monstruosas, sino absolutamente innecesarias?Es muy difícil que la ciudadanía se refrene o modere si los encargados de proteger la salud, el descanso, el trabajo y el sueño de los demás son los que más se dedican a taladrarles los oídos, con deliberación. Hace casi cuatro años, antes de las últimas elecciones municipales, el alcalde Ruiz-Gallardón prometió que si salía elegido crearía una brigada de la Policía Municipal contra el ruido. “Implantaremos medidas preventivas y, cuando sea preciso, coercitivas. Bajo el lema Madrid, sin ruidos, el objetivo será fomentar una cultura de respeto al descanso y al sueño”, dijo literalmente. Miro hacia la plaza vecina, miro hacia el edificio de enfrente, recuerdo que una de las más clásicas y consagradas formas de tortura (lo saben bien en Guantánamo) es a base de ruido. Pocas promesas electorales habrán sido tan incumplidas como esta. Madrid era desde hacía trece años (los que estuvo Manzano de alcalde) el paraíso del ruido. En los últimos cuatro (los que lleva Gallardón) se ha convertido además en el parque temático del ruido, porque los hay de todos los tipos imaginables, con la ciudad permanentemente destripada y horrenda, sin que haga la menor falta las más de las veces. Esa brigada que dijo querer crear habría tenido que ir a sancionarlo y a detenerlo a él todos y cada uno de los días transcurridos desde su toma de posesión. Y teniendo en cuenta que, según la actual Ley del Ruido aprobada por el Congreso, y que responde a una directiva europea, las multas por este concepto pueden alcanzar los 300.000 euros, el Ayuntamiento de aquí, y los de casi todas las ciudades y pueblos de España, estarían ya en la más absoluta ruina. Lo cual, además de un acto de justicia, sería una bendición, porque ya no les quedarían fondos para emprender gilipolleces ruidosas y probablemente corruptas en su mayoría, que es a lo que se dedican la mayor parte del tiempo. Como veo y oigo ahora mismo, sin ir más lejos, desde mis ventanas.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 28 de enero de 2007