29.9.10

Notas de Binissaida (I)

Començo a publicar alguns textos que vaig escriure a Menorca i d’altres que aniran sortint després, relacionats amb aquells dies. No sé si encaixaran gaire amb la línia del bloc, però farem la prova. Els he titulat Notas de Binissaida.
Veureu que estan escrits en castellà perquè és la llengua amb què vaig treballar aquells dies. Els textos nous també seran en castellà per mantenir una certa coherència en aquestes notes. Les fotografies són d’Elena Fernández.
Aquest és el primer text.



La casa

Binissaida de Devant. Los azulejos blancos que dan la bienvenida a la casa no están, ni por asomo, a su altura. Sus letras azules e inelegantes no encajan con la nobleza simple del muro de piedra seca que las acoge. Y están lejos de la belleza antigua que reina en toda la finca.
La casa es grande, blanca, señorial, vieja. Se asemeja a una aristócrata que, de vuelta de todo, pase sus días leyendo junto a un ventanal y recogiendo higos mientras habla con la gente del campo. Imagino a esta ficticia dama vestida con una falda ancha y con el pelo gris recogido en un moño. También me hace pensar –la casa- en una vasija o un cántaro moldeado y cocido por un viejo alfarero.
La cal de las paredes, irregulares y rugosas, no se decide a desconcharse. Los suelos de arcilla nos hablan de viejos tejares. Las vigas de madera tienen el recuerdo de años y años de tramontana. La galería mira al mar y sus tres arcos son un ejemplo de sabiduría antigua. Maison de maître llaman los franceses a sus caserones más nobles y el término no puede expresar mejor la maestría de quien concibió este tipo de casas. Una sonrisa amarga asoma en mis labios cuando pienso en las cabezas laureadas de eximios arquitectos contemporáneos –o en las togas que visten de cum laude a cocineros endiosados- mientras los viejos artesanos permanecieron ocultos con sus plomadas y sus fogones.
Una escalera baja de la galería al jardín. Ante ella, un gran pino da sombra a una mesa rodeada de sillas. La brisa siempre refresca este lugar, donde me gusta sentarme a escribir. Mientras escribo, solo, siempre veo pasar a alguien con quien intercambiar saludos, frases, bromas. Una inscripción -SP- delata, según me cuentan, que algunas de estas sillas pertenecieron al parque del Retiro de Madrid. Queda abierta la novela sobre cómo llegaron hasta aquí.




Más allá, los antiguos establos de piedra, vacíos, me hacen pensar en el refectorio de un monasterio abandonado. Sobre sus arcadas, el guiño lúdico de una canasta de baloncesto. ¡Lo qué habría dado por una pelota con la que tirar al aro y retroceder así veinticinco años en el calendario! Pienso esto leyendo bajo una encina en el banco de piedra cercano. Leer allí, oculto, es agradable, aunque no puedo dejar de pensar que el lugar estaría mejor aprovechado por una pareja besándose en plena pulsión adolescente.
Dejando atrás estos rincones llegamos al centro del jardín, ocupado por un pozo rodeado, con elegancia, por cuatro bancos de piedra que dibujan un círculo perfecto. Tiene este jardín concepción de claustro, aunque el blanco inmaculado del conjunto le da un aire más andaluz que cisterciense. La belleza de este punto lo acerca a una perfección que resulta engañosa. Las omnipresentes hormigas señorean especialmente este lugar, atacando sin piedad al desdichado que ose sentarse en esos bancos, que resultan así estériles. Es lugar, pues, de paso y de paseo, salón de pasos perdidos de maestros y discípulos, de tutores y tutorías, de dudas y respuestas, de heridas y de vendas.
Binissaida de Devant, con su falta de ortografía, afrancesando curiosamente el catalán de esta isla inglesa, será para siempre pasado y recuerdo, lugar donde ya nunca más estaremos todos juntos. Punto de llegada fue y punto de partida será.

2 comentaris:

Ángel Ruiz ha dit...

Me limité a poner tu entrada en mis recomendaciones, pero en realidad debería habér alabado este texto aquí, así que eso es lo que estoy haciendo.

Àlex Figueras ha dit...

Y yo te agradezco una cosa y la otra.