30.10.06

La platja

La temperatura era excepcionalment càlida per un diumenge de finals d’octubre, amb un sol que escalfava sense cremar. La platja estava gairebé deserta i la sorra, poblada de restes de troncs i algues, era humida i fresca. Corríem, jugàvem i ens mullàvem els peus. Vàrem recollir petxines, pedres de colors i vidres desgastats pel mar. El moviment de les onades ens hipnotitzava. Érem conscients de la nostra felicitat, sense oblidar que tot és efímer.
D’Eloy Sánchez Rosillo, La playa:
Nadie podrá quitarme -me digo- la ilusión
de soñar que ha existido esta mañana.
Se ha detenido el tiempo: oigo tu risa,
tus palabras de niño. Nunca he estado
tan conforme con todo, tan seguro
de mi alegría. Juegas junto al agua, y te ayudo
a recoger chapinas, a levantar castillos
de arena. Vas corriendo de un sitio para otro,
chapoteas, das gritos, te caes, corres de nuevo,
y luego te detienes a mi lado y me abrazas
y yo beso tus ojos, tus mejillas, tu pelo,
tu niñez jubilosa. El mar está
muy azul y muy plácido. A lo lejos,
algunas velas blancas. El sol deja
su oro violento en nuestra piel. Me digo
que es cierto este milagro, que es verdad
el inmóvil fluir de la quieta mañana,
la ilusión de soñar el remanso dulcísimo
en el que acontecemos como seres
dichosos de estar vivos, felices de estar juntos
y de habitar la luz.

Pero escucho, de pronto,
el ruido terrible y oscuro y velocísimo
que hace el tiempo al pasar, y la firmeza
de mi sueño se rompe; se hace añicos
-como un cristal muy frágil- la ilusión
de estar aquí, contigo, junto al agua.
El cielo se oscurece, el mar se agita.
Siento en mi sangre el vértigo espantoso
de la edad: en un instante, transcurren muchos años.
Y te veo crecer, y alejarte. Ya no eres
el niño que jugaba con su padre en la playa.
Eres un hombre ahora, y tú también comprendes
que no existió, ni existe, ni existirá este día,
la venturosa fábula de mis ojos mirándote,
la leyenda imposible de tu infancia.
Estás solo, y me buscas. Pero yo he muerto acaso.
Somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada
(De Autorretratos, copyright de l’autor)

Recordant Georges Brassens


Ahir es van complir vint-i-cinc anys de la mort de Georges Brassens, el cantautor de Seta.
De Georges Brassens, La mauvaise réputation:

Au village, sans prétention,
J'ai mauvaise réputation.
Qu'je m'démène ou qu'je reste coi
Je pass' pour un je-ne-sais-quoi!
Je ne fait pourtant de tort à personne
En suivant mon chemin de petit bonhomme.
Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Tout le monde médit de moi,
Sauf les muets, ça va de soi.

Le jour du Quatorze Juillet
Je reste dans mon lit douillet.
La musique qui marche au pas,
Cela ne me regarde pas.
Je ne fais pourtant de tort à personne,
En n'écoutant pas le clairon qui sonne.
Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Tout le monde me montre du doigt
Sauf les manchots, ça va de soi.

Quand j'croise un voleur malchanceux,
Poursuivi par un cul-terreux;
J'lance la patte et pourquoi le taire,
Le cul-terreux s'retrouv' par terre
Je ne fait pourtant de tort à personne,
En laissant courir les voleurs de pommes.
Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Tout le monde se rue sur moi,
Sauf les culs-de-jatte, ça va de soi.

Pas besoin d'être Jérémie,
Pour d'viner l'sort qui m'est promis,
S'ils trouv'nt une corde à leur goût,
Ils me la passeront au cou,
Je ne fait pourtant de tort à personne,
En suivant les ch'mins qui n'mènent pas à Rome,
Mais les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Non les brav's gens n'aiment pas que
L'on suive une autre route qu'eux,
Tout l'mond' viendra me voir pendu,
Sauf les aveugles, bien entendu.

Totes les lletres de les cançons de Georges Brassens (que es poden escoltar en part), a www.georgesbrassens.com

23.10.06

Premios Príncipe de Asturias

Aquests dies, durant els actes de lliurament dels Premios Príncipe de Asturias (aquesta mena de Premis Nobel a l’espanyola que deuen costar una fortuna a l’erari públic i que no sé massa bé què ens aporten) hem vist sovint junts a dos dels guardonats més coneguts i reconeguts: Paul Auster i Pedro Almodóvar.
Aquesta imatge m’ha fet reflexionar doblement.
En primer lloc, m’ha fet gràcia que el fet de veure passejar per Oviedo, la Vetusta de Clarín, a dues figures emblemàtiques de la modernitat com Auster i Almodóvar, i tot sota la benedicció de la més representativa “parella de joves del nostre temps” (vegi’s Felip de Borbó i Letizia, escrit amb zeta, Ortiz) vulgui ser vist per molts com una metàfora de la transformació d’Espanya. La veritat és que em fa gràcia aquesta visió tan provinciana de la realitat. Molt més provinciana que la Vetusta d’Adriana Ozores, el magistral i tots aquells personatges de La Regenta. I no vull anar més enllà per aquest camí, que encara prendria mal.
En segon lloc, m’ha fet somriure l’equiparació que s’ha fet en els mitjans de comunicació dels guardonats abans esmentats. Auster i Almodóvar, Almodóvar i Auster. Tanto monta, monta tanto. Madrid i Nova York. Nova York i Madrid. Dues figures de les arts contemporànies i de la mal anomenada modernitat. Doncs què voleu que us digui jo no hi trobo similituds per enlloc. En l’obra d’Auster hi veig enginy i creativitat. En la d’Almodóvar xabacaneria i vulgaritat. I perdó per la blasfèmia.

Interessant article de Javier Marías


No puc deixar de reproduir aquest text de Javier Marías publicat ahir a El País Semanal. Per a mi il·lustra de forma extraordinària les absurdes formes de treballar que s'estan imposant i que, malauradament, tots trobem ja normals.
LA ZONA FANTASMA. 22 de octubre de 2006.
Adicción e incontinencia

Yo supongo que ustedes, se dediquen a lo que se dediquen, ya se habrán percatado a estas alturas de que la vida actual está extrañamente montada para impedirle a la gente dedicarse a lo que se dedica u obstaculizárselo al máximo, o, dicho de otra manera, para que nadie trabaje como es debido. Da lo mismo de qué se trate o del país en que se viva. Cada vez que hablo o me escribo con alguna amistad, oigo la misma canción: “Estoy agobiado y desesperado. No es ya que no me quede apenas tiempo para mí, sino que difícilmente puedo hacer mi tarea, por la que me pagan y con la que me gano la vida. Voy siempre con la lengua fuera, salvando chapuceramente las cosas”. Conozco profesores de Universidad españoles, italianos, británicos y norteamericanos, y todos ellos se pasan más tiempo en reuniones absurdas sobre minucias, o despachando asuntos administrativos, o escribiendo a desgana piezas que no leerá nadie para justificar que “investigan” y publican, que preparando o dando clases, convertidas en lo que menos importa. También atendiendo a los alumnos, desde luego, pero en los asuntos más peregrinos e impropios: desde que existe el correo electrónico, sobre todo, muchos estudiantes han adoptado la costumbre de enviar mails a los catedráticos preguntándoles por la hora de las clases (en vez de mirarlo en un corcho), exponiéndoles sus problemas psicodramáticos o diciéndoles que se dejen de cuentos y les digan cuáles son los libros “de verdad”, los básicos, de la bibliografía tan larga que han dado. Hace poco me contó el gran historiador Anthony Beevor que un universitario inglés se había dirigido a él en los siguientes términos aproximados: “Mire, mi tutor me ha mandado leer su libro Stalingrado; pero como es extenso y no me da tiempo, quisiera que me hiciera usted un resumen”. Beevor, que fue militar durante un tiempo, se molestó en contestarle pidiéndole el nombre de su superior, pero ya no obtuvo respuesta.
Mis editores de diferentes países me confiesan a veces que no logran poner pie en su oficina, ocupados como están con viajes, reuniones con los comerciales, con los distribuidores, con los gerentes, cenas y almuerzos, diversas Ferias del Libro o simposios internacionales con cocktails, visitas de autores, presentaciones y promociones, acompañamiento de “genios” que no saben dar un paso sin sentir que llevan séquito o al menos espectadores … Y cuando por fin se acercan algún día raro a su despacho, lo último que pueden hacer es leerse un original o supervisar una edición inminente, porque no paran de sonar los teléfonos ni de asomarse gente a su puerta para inquirir o comunicar nimiedades.
Pero quienes peor lo tenemos somos quienes trabajamos en casa. Una amiga que traduce, otra que escribe guiones de televisión, dos que corrigen libros o más bien “limpian” los textos (labor monumental hoy en día, dadas la desfachatez e ignorancia de la mayoría de los escritores, traductores y editores, que entregan y aceptan borradores porquerosos confiando en que mis amigas y otros los adecenten), y yo mismo, claro está, que se supone que hago novelas: todos trabajamos en casa, lo cual lleva a pensar a casi todo el mundo que podemos interrumpirnos en cualquier momento para atender la menor ocurrencia de cualquiera; como carecemos de horario, o nos lo confeccionamos a nuestro gusto, la idea generalizada es que ya podremos “seguir luego”. Yo me blindo lo más que puedo: para empezar, continúo sin móvil; el contestador está siempre puesto; como a veces eso no basta, desconecto teléfono y fax durante horas; en cuanto puedo me largo a una ciudad recóndita, a un refugio en el que no hay nada de eso ni recibo correo ordinario; y por supuesto no he dejado entrar en mi casa un ordenador, con su agobiante e-mail incorporado. Pero algunas de estas amigas no se pueden permitir tanto blindaje. En quehaceres que precisan concentración y continuidad, éstas siempre les faltan: se ven interrumpidas por todo quisque, desde familiares que las llaman a contarles lo que le ha pasado al perro hasta agresivas llamadas de publicidad constantes. Pero lo más asombroso de todo es que quienes más les dificultan llevar a cabo sus tareas son precisamente, a menudo, aquellos para quienes las hacen: que si se me ha olvidado esto, que si he pensado esto otro, que cómo lo llevas, que si puedes adelantarnos parte, que si tengo ya un nuevo encargo urgente que hacerte, que por qué no me contestas al correo que te he mandado …
Ya lo he comentado otras veces: desde la aparición de los e-mails y los móviles casi nadie se ahorra un escrito ni una llamada; nadie se para a pensar si lo que ha de preguntar o pedir lo puede resolver por su cuenta y sin molestar a otro; si lo que ha de decir es necesario, o de interés para el interlocutor; si puede interrumpirle algo importante; y así se multiplican los requerimientos superfluos –cuando no imbéciles– por todas partes, hasta el punto de impedir el trabajo. Así suelen salir tantas patadas, en todos los ámbitos, si no se deja a nadie concentrarse. Ya digo, carezco de mail y de móvil y no tengo experiencia con ellos. Pero alguien debería explicar por qué provocan tanta adicción como el denostado tabaco, y mucha más incontinencia.
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 22 de octubre de 2006